Domingo, 20 de noviembre 2011
Querida mamá:
Allá vamos, a por el sábado, en tres actos.
Primer acto: la gran pecera
Si las floristerías forman parte de Seúl, esta ciudad también cuenta con una gran pecera o acuario. Ayer fuimos a ver el Fish Market de Seúl. No lo llamó lonja, porque es un mercado de otro tipo. Me va a resultar bastante complicado describir la experiencia, sobre todo, en materia de olores. Contra todo pronóstico era un intenso y agradable olor a pescado y/o marisco. Era como estar en medio del mar, rodeados de una gama amplia de olores de peces. Es una diferencia considerable el olor entre muerto o vivo. Es lo que tiene estar vivo, aunque hay algunos vivos que no es que desprendan un aroma muy agradable…
Llegamos en metro a Noryangjing, casi directo desde Hyehwa. Ciro había preparado un plan bastante completito para el día, lo tenía todo medido. Cogimos la línea número uno en Seoul Station. Ciro estaba completamente fascinado ya que la mayor parte de ese metro es exterior, casi un tren suburbano. Al llegar, me llamó mucho la atención un edificio que se veía al fondo de la estación y paralelo a las vías. Me gustó tanto que estuvimos un rato haciendo fotos. Luego resultó ser la fachada trasera de la pecera. Cruzamos un puente para atravesar las vías y entramos al acuario desde la cubierta, convertida en aparcamiento.
El espacio es brutal, un gran prisma rectangular a modo de “matrix” que alberga pequeños e infinitos puestos construidos con material de andar por casa, sin un solo elemento arquitectónico, ordenados en una cuadrícula perfecta. Las instalaciones, los tubos colgados de todo tipo de diámetros, cables, luces, iluminación, aire acondicionado, vigas, pilares tejen una especie de telaraña no centralizada. Todos estos elementos conforman una inmensa jaula/acuario que alberga millones de repeticiones escaladas. No sabes a donde mirar, es difícil concentrarte en un detalle, ocurren demasiadas cosas en un instante. Es un despliegue brutal para los sentidos. Tres explícitos: vista, oído, olfato y dos implícitos: gusto y tacto.
Todavía no he hablado de los colores… Que sería mi vida sin los colores… No me lo puedo imaginar. Por un lado está la luz (el color). El espacio está en planta calle pero se trata de una gran nave con lo que solo entra luz natural de manera muy puntual por los accesos de vehículos, en tres de los cuatro lados de la jaula. Ya sabes que para ciertos espacios soy una admiradora de la luz artificial y éste es uno de ellos. La penumbra, en este caso, no hace otra cosa más que realzar el mundo multicolor de la actividad que se está llevando a cabo. Los colores están por todas partes, por supuesto en la mercancía, nunca pensé que hubiera tal variedad de peces. Hay que mirar si Seúl no es también uno de los puertos con más tráfico de pescado a aparte de Tokyo y Madrid. Luego están los recipientes o contenedores de pescados. Aquí también está presente todo el espectro que el ojo humano puede reconocer. Pero quizá lo más alucinante de todo, mezclado con este fondo, sean los colores de las vestimentas de los tenderos/pescadores. Desde el calzado, botas de agua en su mayoría, pasando por los delantales hasta llegar a los pañuelos en la cabeza o guantes en las manos. Espero que en las fotos se pueda apreciar. Aunque lo mejor sería que Ciro colgase el video. Si lo cuelga, por favor, sugiero a los visitantes no verlo hasta la vuelta. Es importante el factor sorpresa. Porque, por supuesto, que vamos a llevarles.
Me ha quedado un pelín cursi, pero como dice Ciro cuando algo me gusta me pongo un poco más “sentida”. Creo que es más fácil contar algo que no te gusta. La dichosa distancia, esa de la que carezco.
En vista de lo cual, he decidido contar los otros dos actos en otro correo. Estuvieron también muy bien pero no llegaron ni mucho menos a acercarse al primero.
Un abrazo
María
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